miércoles, 5 de octubre de 2016

LA CASA DE LAS SIETE CABEZAS


Corría el año 1640 y gobernaba la ciudad de Málaga Don Pedro de olavarria como alcalde Mayor, persona cuyo rostro de extrema seriedad hacia contraste con el risueño y extremadamente bello de su esposa, la que de alegre se pasaba y de la que en toda la ciudad se murmuraba tuvo amoríos con


Don Álvaro de torres, mancebo ilustre, pendenciero, de arrogante figura y muy estimado de las damas de alta alcurnia de la sociedad malagueña.
Cierta tarde de primavera hallábase Don Álvaro en el corral de las comedias, junto al Santuario de la Victoria, cuando llego el Alcalde Mayor con su bella y joven esposa, o como la llamaban los vecinos de la ciudad la “Alcaldesa”.
Era costumbre en todos los actos donde aparecía el Alcalde al entrar este, que las personas allí presente y los espectadores, por obligación o hábito, permanecían de pie y descubiertos en tanto que la autoridad no se sentaba en su sillón presidencial.
Don Álvaro ni se descubrió ni se levantó. Lo noto la “Alcaldesa” y lo dijo a su marido que inmediatamente mando a su alguacil para que Don Álvaro compareciera a su presencia. Contesto este en malas formas, añadiendo frases gravemente injuriosas para el Alcalde Mayor, quien irritado le mando llevar a su aposento; Torres ni tímido ni cobarde, resistió a los golillas, promoviese un gran escándalo, pasaron a relucir las espadas y Don Álvaro paso a refugiarse en el vestuario protegido por comediantas y comediantes.
Allí fue tomado preso y desde allí mismo conducido a la cárcel de Málaga, que se encontraba en la llamada plaza de las cuatro calles en unos antiguos baños árabes propiedad de la Iglesia.

Fuese del Teatro a la cárcel el irritado y soberbio Don Pedro de Olavarria, acompañado del escribano y alguacil. Este escribano consta que se llamaba Don Bartolomé Merquechor. Formo un proceso sin guardar pragmáticas ( máxima expresión de la "mayoría" del rey), ni esperar términos judiciales y en el interrogatorio del reo, este repitió las injurias, suponiéndose que alguna historia misteriosa debió relatar al Alcalde, quien aumentando su indignación, sin pararse en nada, ansiando solo vengarse de Don Álvaro dictó una sentencia de muerte. Inmediatamente mandó llamar al verdugo, que entonces lo tenía la ciudad para cuya manutención se cobraban arbitrios especiales y le dio la orden de que antes del amanecer era preciso que Don Álvaro fuese muerto, decapitándolo dentro de la misma prisión. Igual instrucciones transmitió al Alcaide de la cárcel.

Hallábase la cárcel en la plaza de las cuatro calles, que en el día de hoy se llama de la Constitución y que ha tenido por ciertos más nombres que casas. Ocupaba el sitio donde actualmente se emplaza el Pasaje de Heredia, en las casas que se llamaban de Monterroso. Al amanecer del día siguiente vieron con asombro colgada de una escarpia la cabeza del joven Don Álvaro, sentenciado de un modo tan irregular por el Alcalde Mayor Don Pedro de Olavarria.

La indignación de los malagueños fue tan inmensa, pero todos se limitaban a murmurar en voz baja, acobardado por la autoridad que Don Pedro ejercía, el carácter arbitrario y aparecer el crimen con la máscara de sentencia judicial dada en forma ante el escribano correspondiente.

Don Alvaro era huérfano y se hallaba en casa de una tía suya, dama de la primera nobleza de Málaga, cuyo nombre era Doña Sancha de Lara y Ugarte-Barrientos. Al saber esta la infamia cometida alzo su voz contra el ejecutor y secando su llanto, sin perder días, marchó a la Corte, arrojóse a los pies del Rey Felipe IV, y demandó justicia contra su Alcalde Mayor.

El soberano no fue sordo a su ruego, asombrose del acto inaudito realizado y firmo una orden nombrando un Alcalde extraordinario que viniese a Málaga, detuviese y procesase al cruel Olavarria, con facultades para fallar la casa y con autorización para que el castigo resultase pronto y ejemplar.

Apenas llego el Alcalde extraordinario hizo, llevar a su presencia a Don Pedro de Olavarria a quien interrogo como igualmente a Morquecho, al Alcayde, al verdugo y a cuantos intervinieron en el trágico suceso.

En la misma reja donde vieron los malagueños la cabeza ensangrentada de Don Álvaro de Torres se colocó la de Don Pedro Olavarria y a su lado un cartel donde se mandó escribir:

<<Esta es Justicia que el Rey Don Felipe IV manda hacer contra los que abusan de su autoridad>>

Doña Sancha de Lara vivía en la Plaza que se llamó de la Marquesa y actualmente del Obispo, en un caserón grande, en cuya puerta de piedra se veían siete bultos o cabezas. El vulgo, agigantando lo hechos, señaló a las nuevas generaciones esas siete cabezas, como las siete personas que intervinieron en el suceso. Se aseguró que no fue solo decapitado el Alcalde Mayor, sino también el escribano Don Bartolomé Morquecho, el oficial que escribió la causa, el Alcayde de la cárcel, el verdugo y su ayudante. Total, seis, y Don Álvaro siete.

Las investigaciones que hemos hecho en los archivos, solo comprueban la decapitación del Alcalde Mayor Don Pedro de Olavarria, y es más, resulta que el escribano Morquecho falleció meses después, sin que la partida nada diga de que fuese ejecutado.

No obstante durante mucho años los malagueños llamaron a esa casa  la casa de las << Siete Cabezas>> y señalaron las cabezas de piedra del portalón, asignándoles a cada una un nombre y un lugar en la tragedia de la Plaza de las Cuatro Calles. Ilustres historiadores incurren en el mismo error.

La casa se derribó a mediados del Siglo XIX, pero los trezos del portalón se conservaron, uno de los cuales figura en el Museo de la Academia de Declamación. Examinándose detenidamente se ve que reproducen bustos de personajes romanos y no del siglo XVII.

En los <<Avisos>> de Pellicer consta que Felipe IV indulto, a ruego de sus poderosos parientes, a Don Pedro de Olavarria, pero cuando la posta llego a Málaga se encontraba ya decapitado.

Una de las calles de nuestra ciudad, que está junto a las Atarazanas, lleva el nombre de Doña Sancha de Lara, como recuerdo de esta tragedia.

                           Málaga hacia el año 1650

 

 





domingo, 2 de octubre de 2016

HINS ASHAR



El jueves 29 de septiembre dentro de los encuentros culturales con Alma visitamos un pueblo de las alturas, IZNÁJAR, un pueblo que me pareció más hermoso de lo que yo imaginaba. Es un pueblo perfecto, de una blancura maravillosa, esta encalado hasta el frenesí y con un carácter secreto que recuerda los romances de García Lorca. Ese grupo de gente encantadora que son los amigos de Alma de la UMA, me acompañó durante la visita juntos fuimos hasta la Torre más alta, a 533 metros de altura y rodeado por el rio Genil y el arroyo de Priego.  Hay en esa torre un azulejo con un poema de Rafael Alberti que le dedicó en 1925 y dice así:


"Prisionero en esta torre, prisionero quedaría. / (Cuatro ventanas al viento). / -¿Quién grita hacia el norte, amiga? / -El río, que va revuelto. / (Ya tres ventanas al viento). / -¿Quién gime en el sur, amiga? -El aire, que va sin sueño. (Ya dos ventanas al viento). -¿Quién suspira al este, amiga?/ -Tú mismo, que vienes muerto. / (Y ya una ventana al viento). / -¿Quién llora al oeste, amiga?/ -Yo, que voy muerta a tu entierro. / ¡Por nada yo en esta torre / prisionero quedaría!".

Andar por estos alegres lugares en los que nunca antes había visitado me produce siempre ese estremecimiento propio de encontrarme en un lugar con una vasta historia.
Al regreso de Iznájar volviendo por los geométricos dibujos que se abren entre los olivos de la extraordinaria sierra cordobesa, no dejaba de pensar en el origen de las palabras árabes que nos mencionó la extraordinaria guía municipal que nos acompañó:
Hins ashar// Castillo alegre o pendenciero.