Corría el
año 1640 y gobernaba la ciudad de Málaga Don Pedro de olavarria como alcalde
Mayor, persona cuyo rostro de extrema seriedad hacia contraste con el risueño y
extremadamente bello de su esposa, la que de alegre se pasaba y de la que en
toda la ciudad se murmuraba tuvo amoríos con
Don Álvaro de torres, mancebo ilustre, pendenciero, de arrogante figura y muy estimado de las damas de alta alcurnia de la sociedad malagueña.
Cierta tarde
de primavera hallábase Don Álvaro en el corral de las comedias, junto al
Santuario de la Victoria, cuando llego el Alcalde Mayor con su bella y joven
esposa, o como la llamaban los vecinos de la ciudad la “Alcaldesa”.
Era
costumbre en todos los actos donde aparecía el Alcalde al entrar este, que las
personas allí presente y los espectadores, por obligación o hábito, permanecían
de pie y descubiertos en tanto que la autoridad no se sentaba en su sillón
presidencial.
Don Álvaro
ni se descubrió ni se levantó. Lo noto la “Alcaldesa” y lo dijo a su marido que
inmediatamente mando a su alguacil para que Don Álvaro compareciera a su
presencia. Contesto este en malas formas, añadiendo frases gravemente
injuriosas para el Alcalde Mayor, quien irritado le mando llevar a su aposento;
Torres ni tímido ni cobarde, resistió a los golillas, promoviese un gran escándalo,
pasaron a relucir las espadas y Don Álvaro paso a refugiarse en el vestuario
protegido por comediantas y comediantes.
Allí fue
tomado preso y desde allí mismo conducido a la cárcel de Málaga, que se
encontraba en la llamada plaza de las cuatro calles en unos antiguos baños
árabes propiedad de la Iglesia.
Fuese del Teatro a la
cárcel el irritado y soberbio Don Pedro de Olavarria, acompañado del escribano
y alguacil. Este escribano consta que se llamaba Don Bartolomé Merquechor.
Formo un proceso sin guardar pragmáticas ( máxima expresión de la
"mayoría" del rey), ni esperar términos judiciales y en el
interrogatorio del reo, este repitió las injurias, suponiéndose que alguna
historia misteriosa debió relatar al Alcalde, quien aumentando su indignación,
sin pararse en nada, ansiando solo vengarse de Don Álvaro dictó una sentencia
de muerte. Inmediatamente mandó llamar al verdugo, que entonces lo tenía la
ciudad para cuya manutención se cobraban arbitrios especiales y le dio la orden
de que antes del amanecer era preciso que Don Álvaro fuese muerto, decapitándolo
dentro de la misma prisión. Igual instrucciones transmitió al Alcaide de la cárcel.
Hallábase la cárcel en
la plaza de las cuatro calles, que en el día de hoy se llama de la Constitución
y que ha tenido por ciertos más nombres que casas. Ocupaba el sitio donde
actualmente se emplaza el Pasaje de Heredia, en las casas que se llamaban de
Monterroso. Al amanecer del día siguiente vieron con asombro colgada de una
escarpia la cabeza del joven Don Álvaro, sentenciado de un modo tan irregular
por el Alcalde Mayor Don Pedro de Olavarria.
La indignación de los
malagueños fue tan inmensa, pero todos se limitaban a murmurar en voz baja,
acobardado por la autoridad que Don Pedro ejercía, el carácter arbitrario y aparecer
el crimen con la máscara de sentencia judicial dada en forma ante el escribano
correspondiente.
Don Alvaro era huérfano
y se hallaba en casa de una tía suya, dama de la primera nobleza de Málaga,
cuyo nombre era Doña Sancha de Lara y Ugarte-Barrientos. Al saber esta la
infamia cometida alzo su voz contra el ejecutor y secando su llanto, sin perder
días, marchó a la Corte, arrojóse a los pies del Rey Felipe IV, y demandó justicia
contra su Alcalde Mayor.
El soberano no fue
sordo a su ruego, asombrose del acto inaudito realizado y firmo una orden
nombrando un Alcalde extraordinario que viniese a Málaga, detuviese y procesase
al cruel Olavarria, con facultades para fallar la casa y con autorización para
que el castigo resultase pronto y ejemplar.
Apenas llego el
Alcalde extraordinario hizo, llevar a su presencia a Don Pedro de Olavarria a
quien interrogo como igualmente a Morquecho, al Alcayde, al verdugo y a cuantos
intervinieron en el trágico suceso.
En la misma reja
donde vieron los malagueños la cabeza ensangrentada de Don Álvaro de Torres se colocó
la de Don Pedro Olavarria y a su lado un cartel donde se mandó escribir:
<<Esta es
Justicia que el Rey Don Felipe IV manda hacer contra los que abusan de su
autoridad>>
Doña Sancha de Lara vivía
en la Plaza que se llamó de la Marquesa y actualmente del Obispo, en un caserón
grande, en cuya puerta de piedra se veían siete bultos o cabezas. El vulgo,
agigantando lo hechos, señaló a las nuevas generaciones esas siete cabezas,
como las siete personas que intervinieron en el suceso. Se aseguró que no fue
solo decapitado el Alcalde Mayor, sino también el escribano Don Bartolomé
Morquecho, el oficial que escribió la causa, el Alcayde de la cárcel, el
verdugo y su ayudante. Total, seis, y Don Álvaro siete.
Las investigaciones
que hemos hecho en los archivos, solo comprueban la decapitación del Alcalde
Mayor Don Pedro de Olavarria, y es más, resulta que el escribano Morquecho falleció
meses después, sin que la partida nada diga de que fuese ejecutado.
No obstante durante
mucho años los malagueños llamaron a esa casa
la casa de las << Siete Cabezas>> y señalaron las cabezas de
piedra del portalón, asignándoles a cada una un nombre y un lugar en la
tragedia de la Plaza de las Cuatro Calles. Ilustres historiadores incurren en el
mismo error.
La casa se derribó a
mediados del Siglo XIX, pero los trezos del portalón se conservaron, uno de los
cuales figura en el Museo de la Academia de Declamación. Examinándose detenidamente se ve que reproducen bustos de personajes romanos y no del siglo XVII.
En los
<<Avisos>> de Pellicer consta que Felipe IV indulto, a ruego de sus
poderosos parientes, a Don Pedro de Olavarria, pero cuando la posta llego a
Málaga se encontraba ya decapitado.
Una de las calles de
nuestra ciudad, que está junto a las Atarazanas, lleva el nombre de Doña Sancha
de Lara, como recuerdo de esta tragedia.
Málaga hacia el año 1650
No hay comentarios:
Publicar un comentario