Todavía Málaga no
dispone de una variedad de paseos que satisfága las diferentes estaciones y la
variedad de gustos de los malagueños, no obstante ha finales del siglo XVIII
las autoridades malagueñas deciden tirar las murallas y diseñar un paseo en el
espacio que se había formado delante de ellas muy amplio de arena acumulada
delante de estas murallas. Conciben transformar aquel espacio en un gran paseo público
inspirado en las mejoras urbanas que
trajeron consigo el periodo conocido como de “la ilustración”.
Se le conoció en un principio
como Salón de Bilbao y alli se ubicó lo mas granao de la sociedad burguesa malagueña. Se mudaron a vivir, los: los Loring, los
Oruetas, los Oryazábal, los Rein, etc…,, y observamos cómo se había convertido
en el espacio de paseo de los malagueños de todas las capas sociales.
La Alameda fue,
además, el punto de referencia de los viajeros extranjeros, estos durante el
siglo XIX recalaron en la ciudad y debido al atractivo del paseo arbolado y de
la presencia en sus márgenes de los principales hoteles malagueños, se paseban por tan singular paseo.
Como dijo un
experto de la época “este paseo es, el protagonista urbano del nacimiento de
la moderna hostelería malagueña", ya que a principios del siglo XIX la gran
novedad en el sector del alojamiento fueron las fondas, establecimientos de
origen francés que, en aquellos momentos, representaban la modernidad y el
confort. De hecho, varios hoteles se instalaron en antiguas casonas que habían
pertenecido a familias principales.
Era al caer la tarde de
un día oscuro y tormentoso el 27 de Octubre, el año: 1879, bajando para la
Alameda desde el puente de Tetuán , encontramos a Arturo, iba serio y preocupado pues había
salido de casa hacia diez minutos después de haberle dado una mala contestación
a su tía, “Mari la de la Conchita”, era
la hermana menor de su madre Josefa, vivía con ella desde que murió su padre,
pues su madre los había abandonado cuando el tenía solo un año y se había
marchado de Málaga, se había encargado de su educación su padre, un hombre muy
preocupado por que fueran instruidos tanto el cómo sus hermanos.
Que buenos y excelentes recuerdos tenia de su padre, el
primero se remontaba a la tarde del 25 de marzo del 1868 tenía Arturo solo
cuatro años, pero se acordaba, como disfruto aquella tarde con su padre en la
inauguración del asilo de las hermanitas de los pobres, que se había efectuado
en la explaná de la estación de los andaluces.
Pero al morir, su
padre, ahora hacia un año justo, parece que el dinero que había dejado para la
educación se había esfumado, menos mal que su tía “la Mari”, se hizo cargo de
él y de sus cuatro hermanos, esto lo obligo a trabajar en aquello que le salía,
estuvo una temporá de recadero en el muelle, después se dedicó a buscar trozos
de material y con su amigo el Pati, el hijo de la goletera, que vivía en calle
Peregrinos, se lo vendían a los
zapateros que tenían sus talleres en los portales del barrio y también se
aventuraban a veces y se lo llevaban a los de la trinidad.
Su tía Mari era toda una institución en
su calle, la calle más bulliciosa del barrio más castizo de Málaga-EL PERCHEL
No nació el Perchel como otros barrios de Málaga en los
alrededores de una Iglesia o un convento, así que no tomo el nombre prestado de
ellos, cosa que si hicieron, La Trinidad, Capuchinos, o Victoria. El nombre le
vino espontaneo, más bien popular, porque fue la industria del secado del
pescado que desde muy antiguo hizo famosa la zona, ya que se utilizaban palos y
perchas para poner a secar el pescado el nombre le vino solo ,el barrio de los
Percheles.
A veces estaban abiertas las tiendas hasta las tantas de la
noche, y en las calles aledañas los vecinos sacaban las sillas a la puerta para
tomar el fresco en verano; esto era como un pueblo, todos se conocían, y aunque
era un barrio principalmente de pescadores, era uno de los más bonitos de
Málaga, y su calle la más famosa y elegante del barrio, la calle “Ancha del
Carmen”; como se lo pasaba en las velaillas del Carmen, cuando su calle se
llenaba de puestos y vendedores ambulantes, esos días disfrutaba como un enano,
junto a su pandilla, persiguiendo a la niñas, por calle Peregrinos, por la plaza
Ortigosa, por San Jacinto y Santa Rosa, y en ocasiones llegaban hasta la
escalera del puente, de pequeño nunca se
habían aventurado a ir más allá, bebían agua en la fuente la Olla, que estaba
tan fresquita y se volvían de nuevo a su calle, tenía Arturo ya 15 años y
trabajaba, o podríamos decir que más
bien se buscaba las habichuelas como a él le gustaba decir, desde los 12 años
que fue el tiempo el que cual su padre había muerto aprendió Arturo a leer y
escribir a muy temprana edad ocho años, su padre y sus tía la Mari, junto con
su abuelo Miguel, se habían preocupado desde siempre a que aprendiera a leer y
a escribir le habían dicho lo importante que era para poder labrase un futuro
estable , y con este fin le habían puesto en el colegio de San Gabriel y había
estudiado hasta idiomas y contabilidad, esto no era normal entre los chicos del
barrio, pero estas circunstancias de su educación no le habían cambiado, él
estaba tan orgulloso de su barrio desde el día que su abuelo le leyó del
Quijote un libro muy gordo que tenía en casa que había escrito un tal
Cervantes, que hablaba del Perchel su barrio,
(en el Capítulo Tercero: titulado
La Vela de las Armas), y de cómo era la gente allí, eso le hizo querer más a su
barrio y a sus gentes.
Había algunos
personajes en el barrio a los cuales el les tenía una profunda admiración, en
este grupo se encontraba, Juanele el
guapo, su tía la Mari, le había dicho cuando lo veía a su alrededor que como lo
viera en otra ocasión se lo diría a su padre el Anastasio , que andar con esa
gentuza no le traería nada bueno, que siempre andaba en peleas, cuando él le
contestaba, que trabajaba en el mar en una jabega, ella siempre le decía que
eran jabegotes del ocio, y de verdad que tenía razón, pues en cuantas
ocasiones cruzaba calle salitre y
cuarteles sin que lo supiera nadie ya se guardaba el bien de que nadie se
enterara y se iba al bulto a la playa, y allí estaba el Juanele a la sombra de
una jabega varada jugándose el dinero que le había sacao a un gachó en la esquina de la nueva calle que estaba construyendo el que llamaban Marques de Larios, o de alguna marrullería que
había hecho en otro lugar.
Pero bueno…, como lo querían las faeneras de las pasas cuando,
pasaban con sus portillos para ir a trabajar y el las piropeaba, con esa gracia
sandunguera que tenía.
Que orgulloso estaba Arturo de su barrio, si señó el Perchel
no era un barrio cualquiera, era el barrio más importante de Málaga para él.
Estaba impregnado de olores que salían cuando pasaba por la
puerta de la confitería la Imperial, y cuando iba coger caramelos a la fábrica
que estaba en calle cuarteles, incluso le habían dicho que en el barrio vivía
un célebre escultor, Pepe Mena, que había hecho el Cristo que salía todas las
semanas santas de la iglesia de santo domingo.
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